¿Por qué?[i]
Yo quisiera una tempestad de sangre; yo quisiera que sonara ya la hora de la rehabilitación, de la justicia social. ¿No se llama democracia a esa quisicosa política que cantan los poetas y alaban los oradores? Pues, maldita sea esa democracia. Eso no es democracia sino baldón y ruina. El infeliz sufre la lluvia de plagas; el rico goza. La prensa, siempre venal y corrompida, no canta sino el invariable salmo del oro. Los escritores son los violines que tocan los grandes potentados. Al pueblo no se le hace caso. Y el pueblo está enfangado y pudriéndose por culpa de los de arriba: en el hombre el crimen y el alcoholismo; en la mujer, así la madre, así la hija y así la manta que las cobija. ¡Conque calcule usted! El centavo que se logra, ¿para qué debe ser sino para el aguardiente? Los patrones son ásperos con los que les sirven. Los patrones, en la ciudad y en el campo, son tiranos. Aquí le aprietan a uno el cuello; en el campo insultan al jornalero, le escatiman el jornal, le dan a comer lodo y por remate les violan a sus hijas.
Todo anda de esta manera. Yo no sé
cómo no ha reventado ya la mina que amenaza al mundo, porque ya debía haber
reventado. En todas partes arde la misma fiebre. El espíritu de las clases
bajas se encarnará en un implacable y futuro vengador. La onda de abajo
derrocará la masa de arriba. La comuna, la internacional, el nihilismo, eso es
poco; ¡falta la enorme y vencedora coalición! Todas las tiranías se vendrán al
suelo: la tiranía política, la tiranía económica, la tiranía religiosa. Porque
el cura es también aliado de los verdugos del pueblo. Él canta su tedeum y reza
paternóster, más por el millonario que por el desgraciado. Pero los anuncios
del cataclismo están ya a la vista de la humanidad y la humanidad no los ve; lo
que verá bien será el espanto y horror del día de la ira. No habrá fuerza que
pueda contener el torrente de la falta de venganza. Habrá que cantar una nueva
marsellesa que como los clarines de Jericó destruya la morada de los infantes.
El incendio alumbrará las ruinas. El cuchillo popular cortará cuellos y
vientres odiados; las mujeres del populacho arrancarán a puños los cabellos
rubios de las vírgenes orgullosas; la pata del hombre descalzo manchará la
alfombra del opulento; se romperán las estatuas de los bandidos que oprimieron
a los humildes; y el cielo verá con temerosa alegría, entre el estruendo de la
catástrofe redentora, el castigo de los altivos malhechores, la venganza
suprema y terrible de la miseria borracha.
- ¿Pero quién eres tú? ¿Por qué
gritas así?
- Yo me llamo Juan Lanas y no tengo
un centavo.
NICARAOCALLI - Mayo-Junio 2011 -
Edición 113
[i]
Víctor Selva Gutiérrez
Presentación
Rubén Darío es más conocido
como un gran poeta, pero en realidad fue también un notable prosista,
desempeñándose como periodista, ensayista literario y prosista poético en sus
cuentos.
Esta vez hemos escogido de
los Cuentos Sociales de Rubén Darío publicados por Ediciones Distribuidora
Cultural, Managua, Nicaragua, 2003, uno de sus cuentos de esa colección que
contiene una crítica cruda y dura a la sociedad de su tiempo, pero pareciera
que dicha critica fue escrita para la sociedad de nuestros días. En el cuento
Darío describe el esplendor de la riqueza y la miseria de la pobreza. El cuento
es titulado como una gran interrogante ¿Por Qué?
Darío como todo escritor
encuentra la materia narrativa tanto para su poesía como para su prosa en la
realidad social de su época, que constituye un testimonio de la condición
humana en un mundo donde la única preocupación del hombre es la acumulación de
bienes materiales basado en la explotación de la clase trabajadora.
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